27.2.11

Pum-pum. II

Le flojearon las piernas y calló de rodillas. Mantuvo la cabeza agachada entre sus manos mientras lloraba como una niña y ese sentimiento de ira volvió a invadirla. Levantó la cara y se vio de nuevo reflejada con una mirada desafiante. Pum-pum. Pum-pum. Notó en su pecho otra vez un latir que le hirvió la sangre y sin pensarlo dirigió su puño contra el espejo rompiéndolo en mil pedazos que quedaron repartidos por el suelo de la habitación, alrededor de donde ella se encontraba. La mano empezó a sangrarle y poco a poco el suelo se fue tiñendo de rojo, conforme las gotas brotaban de la herida de sus nudillos y resbalaban como con prisa hacia el borde para precipitarse al vacío. Hizo una mueca de dolor y observó su mano, no parecía una herida demasiado fea pero asustaba el simple hecho de mirarla. Unos pequeños trozos de espejo habían quedado incrustados y ahora empezaba a escocerle. ¿Dolor? No, el golpe no le había causado tanto dolor como su estúpido corazón, empeñado en sentir.

Bajó la mirada, como avergonzada por haber perdido la partida y vio un trozo afilado, justo al lado de su otra mano. Sonrisa malévola. Lo cogió, puso la punta justo encima de su órgano vital y dijo desafiante: "Si no encuentras la solución, deshazte del problema." Y con un grito clavó en su pecho el espejo como si de una estaca se tratara, hundiéndolo con un rápido y frío movimiento. Su corazón fibriló y segundos más tarde se paró para siempre. Ebeil calló desplomada y quedó tendida en el suelo de la habitación. La sangre calló lentamente recorriendo su pecho hasta llegar al suelo, como si fuesen lágrimas desprendidas por saber que ya no podría llegar a sentir nada nunca más. Ya no habría más palpitaciones reclamando atención. Ya no habría más de nada.

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