25.11.10

Hotaru Akemi ~Brillante y bella luciérnaga~

Me llamo Hotaru Akemi y tengo 22 años. Mis padres son japoneses y nos mudamos a Canadá cuando era relativamente pequeña por lo que no recuerdo demasiado de mi vida allí. Jamás quisieron decirme el motivo de nuestra mudanza, pero sospecho que no deberían llevarse demasiado bien con su familia y amigos debido a que nunca hemos vuelto ni han dado indicios de querer hablar del pasado.

Desde bastante pequeña me sentía llamada por el baile y cuando salía a dar paseos por aquí veía a gente bailando breakdance, me quedaba sentada en un lugar alejado de ellos desde el que podía analizar sus movimientos y escuchar el ritmo de la música. Me fascinaba la capacidad que tenían para moverse siguiendo cada melodía, dejándose llevar por las notas musicales... era increíble. Y cada vez que volvía a casa, de noche, empezaba a tararear dentro de mi cabeza el ritmo de las canciones que lograba recordar e intentaba hacer alguno de los pasos que ellos habían hecho. Poco a poco fui consiguiendo más soltura a la hora de moverme hasta llegar a un punto en que mi cuerpo se movía solo al escuchar cualquier melodía.

Todas las mañanas iba a la escuela donde me limitaba a estudiar y aprender lo que los profesores nos explicaban, no tenía mucha relación con los demás alumnos ya que me veían diferente a ellos. En los descansos que teníamos me limitaba a irme a un lugar apartado, sacar mis apuntes y hacer los deberes que nos mandaban para tener más tiempo libre al volver a casa. Cuando había acabado con ellos, cosa que no solía tomarme demasiado tiempo, cogía un cuaderno y empezaba a divagar por mundos desconocidos, mundos inventados e irreales en los que me cobijaba para evadirme de la realidad, porque apenas me gustaba. Llegué a escribir historias fascinantes y conforme pasaba el tiempo mejoró mi escritura, pero jamás enseñé mis trabajos a nadie, sentía que eran míos, muy íntimos, casi parte de mi, así que era totalmente incapaz de desnudarme, por así decirlo, ante los demás. Por las tardes, al llegar a casa, mi padre me enseñaba artes marciales durante dos horas todos los días, desde que cumplí los 7 años. Empecé siendo un poco torpe pero cuando pasaron unos cuantos días conseguí hacerme a ello y con un par de años de experiencia fui capaz de parar alguno de sus golpes. Esto también me ayudó a la hora de coordinar mis pasos de baile.

Con 12 años comencé a salir por las calles de mi ciudad, me sentía segura dado que llevaba bastante tiempo sabiendo defenderme y gracias al baile era bastante más ágil. En varias ocasiones me vi inmiscuida en alguna que otra pelea callejera por simples malentendidos, los cuales la mayoría de las veces tenía que ver con mi raza, todavía no entiendo por qué me veían diferente tan solo por tener rasgos japoneses. En esas trifulcas me vi obligada a usar las técnicas que mi padre me había enseñado. Que vieran que siendo tan pequeña sabía defenderme de aquella manera, les hizo mirarme de otra forma y comenzaron a, digamos, respetarme en cierto modo. Dejaron de meterse conmigo e incluso permitieron que les mirase mientras bailaban, pero durante un buen tiempo no fui capaz de decirles que yo también sabía, más que nada por el simple hecho de que yo podía creer que lo hacía bien, pero a ojos de los demás podía estar haciendo muchas cosas mal y no quería perder mi seguridad en mi misma. Al cabo de año y medio saliendo con ellos fui mejorando mi técnica en el baile y tuve la suficiente seguridad en mi misma como para salir a bailar en medio de una de sus batallas. Todos separados en dos grupos, música y cada uno que intenta demostrar el talento que tiene ante los demás, dejándose ver que es mejor que el oponente. Cuando salí yo todos se me quedaron mirando, tenía apenas 14 años y me movía mejor que algunos de los que estaban allí. Fue como una manera de aumentar mi nivel de respeto ante el grupo. Dentro de lo que cabe yo no podía considerarles amigos míos, simplemente eran como parte de mi banda, había respeto, si alguien te hacía algo iban a defenderte, pero no eran la clase de personas en las que confías plenamente y por las que ofrecerías tu vida, porque sabes que si ese momento llegase a suceder, ellos tampoco lo harían por ti. Tras años de callejear por la ciudad en la que estaba creciendo, de hacer cosas de las que no me siento totalmente orgullosa pero que eran necesarias en aquellos momentos, de aprender a defenderme, a hacerme respetar, a mentir si eso era necesario para conseguir lo que yo necesitase en cada momento... llegó el momento de madurar y empezar a buscarme realmente la vida. Logré sacarme el título de profesora de breakdance, fui a clases con verdaderos profesionales que me enseñaron a perfeccionar cada detalle y terminé por tener un grupo a mis 18 años, primero eran niños entre 5 y 9 años, daba igual la edad, el hecho era que quisieran aprender, y empecé a dejarme llevar, conseguí buenos resultados y me sentí bastante realizada. Seguía costándome sentirme totalmente involucrada en aquella sociedad que aun sin querer seguía mirándome de manera extraña, pero igualmente era lo que yo sentía y por el baile lo daba todo. Más tarde, a los 20, empecé a dar clases a personas que ya sabían bailar, pero les enseñaba lo que yo sabía y juntos aprendimos a mejorar como personas y bailarines, y desde hace dos años hasta ahora, es lo que he venido haciendo. Aparte, eso sí, de ayudar a mis padres con la manutención de la casa, en cierto modo se nota que comienzan a envejecer y necesitar más ayuda. Mi padre sigue entrenando conmigo todas las tardes, dos horas diarias y además de trabajar con las clases y el grupo, trabajo por las noches en una discoteca de camarera, no es demasiado lo que gano, pero me sirve para vivir el día a día. Así soy yo, y esta es mi historia, supongo que siempre queda algún recoveco por tratar, pero ni con todas las palabras del mundo se puede abarcar cada detalle de una vida entera.

2 comentarios: