10.4.12

El dentista.

Mientras estaba en la sala de espera escuchaba el chirrido de los aparatos en la otra sala y eso la estaba poniendo tensa. Intentó relajarse con una revista, leyó cosas sin interés, miró ropa y modelos increíbles con sonrisa perfectas, así terminaría siendo la suya. Escuchó pasos acercándose a la habitación donde ella se encontraba y su respiración se entrecortó. El efecto del analgésico estaba pasando y comenzaba a sentir un débil dolor en la boca. Sus muelas volvían a estar haciendo de las suyas, sabía que pronto ese dolor incrementaría y a Beliccia no le gustaba nada. Se llevó una mano al pómulo con cuidado de no apretar demasiado porque ya sabía que eso no era nada bueno. Abrieron la puerta y dijeron su nombre en voz alta, el momento había llegado. Respiró hondo y acompañó a la enfermera, la cual le indicó que tomase asiento y que dentro de nada vendría el médico.

No pasó ni un minuto y allí estaba un hombre de unos cuarenta años, con cierto aspecto envejecido, que comenzó a ponerse unos guantes de goma y al ver su cara de espanto le sonrió y dijo:
- No hay nada de lo que temer, Beliccia, seré dulce y casi ni lo notarás, verás como luego va todo mejor. Vamos a deshacernos de esas pequeñas renacuajas.

Acto seguido entró la anestesista con una aguja del tamaño de un camión y ésto casi hizo que saliera corriendo. El dentista le dio la mano para tranquilizarla y la chica apretó para liberar parte de la tensión que estaba acumulando. Después del pinchazo le pusieron un aparato para que mantuviera abierta la boca permanentemente y uno de esos tubos para que no se atragantase con su propia saliva. Beliccia parpadeó un par de veces, cerró los ojos unos segundos y al volver a abrirlos vio a su dentista con las manos impregnadas en sangre, su sangre, algo que no la tranquilizó precisamente.

Vio cómo le daban una serie de instrumentos que no le inspiraban excesiva confianza, parecía que fueran a taladrar en su interior, a hacer un agujero y vaciarla. Notó varias punzadas por la zona de las muelas y un par de lágrimas se acumularon en sus ojos. Le estaban haciendo daño y se suponía que no debía sentirlo, quiso gritar pero con todo lo que tenía en la boca le era imposible. Seguro que se le había pasado el efecto de la anestesia y no se habían dado cuenta. Cuando fue a moverse notó que tenía pies y manos enganchados, la habían atado y notaba como si se estuviera desangrando. Cada vez que miraba los guantes del dentista la cantidad de sangre acumulada en ellos iba en aumento. Vio miedo reflejado en los ojos de los de allí presentes y vio que movían los labios pero ni escuchó ni entendió lo que decían. De pronto apartaron varios de los aparatos que tenían y empezó a llegar más gente. La tumbaron y sintió que se ahogaba.
Dio un bote y dejó de escuchar ruido alguno.

- ¿Estás bien, Beliccia? -dijo el dentista con voz preocupada.

Ésta abrió los ojos y observó asustada a su alrededor pero nada de lo que había visto instantes antes parecía haber pasado allí. Había sido tan real...

Asintió con la cabeza, respiró lo hondo que pudo y vio que la expresión del doctor se relajaba. No entendía qué podía haber pasado, creía que algo había salido mal y había estado a punto de morir pero seguramente había sido una mala jugada de su mente.

-Ya estamos terminando, señorita, salió todo perfecto pero ya sabe que esta noche ha de pasarla aquí. Más tarde, cuando la lleven a su cuarto le llevarán hielo. Ya sabe, intente mantenerlo lo máximo que pueda, es por su bien y para que no se le hinche apenas.

Beliccia le alcanzó la mano y quiso preguntarle qué había pasado, pero obviamente no pudo decir ni una palabra. Él sonrió y dijo:

- Seguramente si has tenido un sueño haya sido causado por la anestesia, ¿tan real ha sido? Menos mal que despertaste hacia el final, no me quiero imaginar habiéndote clavado algo en el paladar- rió y en cierto modo esa respuesta la tranquilizó.

Le dieron un espejo y aunque tenía la boca cerrada la dichosa anestesia le hacía sentir que no estaba cerrada del todo y ponía extrañas muecas. Ya había pasado todo, ahora solo quedaba un par de semanas comiendo poco y listo. Adiós dolor y, lo que era mejor, adiós ciertos quilos demás. Si comía menos eso debía notarse en algo, ¿no?

Diez minutos más tarde estaba en la habitación con un guante lleno de hielo puesto a cada lado de la cama y su madre mirándola desde el sillón cercano a su cama con una sonrisa.

- Si llego a saber que ibas a estar tan graciosa habría traído la cámara. - dijo con excesivo pitorreo.
Todo había sido una mala pasada y en unos meses... apenas lo recordaría.

3 comentarios:

  1. Ains los dentistas... que miedo dan!

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  2. Me ha encantado este texto! O_O
    Hola Laura? Es de cuando te quitaron las muelas del juicio?? Jajajaja XD Es genial, en serio :3
    Me ha transportado al dentista, totalmente, solo pienso que deberías haber dicho como era el lugar porque mi mente tiende a irse al siglo XVIII/XIX y casi que mucha anestesia no se usaba, creo yo xDDDDDD

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    1. La verdad es que me salió solo un día que estaba esperando en la consulta del dentista, me tiraba como media hora a veces y como tenía la libreta... tachannn!

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