20.12.10

En primera persona. I

Es un día caluroso, realmente caluroso para ser mitad de Otoño. El tiempo últimamente está loco, ayer mismo llevaba la chaqueta de invierno y mi fantástico gorrito negro, pero hoy -gracias a dios- me he tenido que poner una camiseta de tirantes y aun así tengo calor.

Bostezo, me estiro y miro al cielo, hay nubes. Bastantes nubes para manchar el cielo de blanco pero no las suficientes para dejar volar la imaginación. Estoy apoyada con la espalda en la pared, una pierna doblada y el resto del peso de mi cuerpo sobre la otra pierna recta. Llevo escasos minutos aquí y ya me parecen horas, soy demasiado impaciente.

Por primera vez he sido puntual y mira que me ha costado, no lograba decidirme a la hora de qué ponerme. Ahora estoy aquí con mi bonita camiseta de tirantes, mis pantalones vaqueros "cortos" y anchos y mis bambas altas. No llegan a ser botines pero son relativamente altas. Mi pelo está totalmente liso -al fin tuve dinero suficiente para hacerme el alisado japonés y olvidarme por un tiempo de que se rice a placer-, cae por mi espalda, con su corte recto, hasta más allá de mi cintura. Mi flequillo está milimétricamente cortado por encima de mis ojos, ni demasiado corto como para que se me vean las cejas ni demasiado largo como para que me tape los ojos y me moleste. Uso cascos grandes, de esos que cubren la oreja totalmente y te evaden del mundo, suelo llevarlos todo el día enchufados pero ahora descansan alrededor de mi cuello, apagados, afónicos de tanto cantar para mi durante horas.

Respiro hondo, miro hacia un lado y otro, cambio la pierna con la que me apoyo en la pared y suspiro. No veo a nadie conocido, no viene nadie a mi punto de quedada. Empiezan mis dudas:

"¿Seguro que había quedado hoy, aquí mismo, a esta hora?" - saco el móvil y miro a ver si tengo algún mensaje o llamada perdida, ni rastro de nada. Miro la hora y lo guardo. Son las cinco y cincuentaycinco. Echo de nuevo un vistazo a cada lado de la calle y vuelvo a sacar el móvil para mirar la hora, no me acuerdo de la que acabo de ver. Cinco y cincuentayseis.

No puedo irme, no todavía, no sin verle, no sin él. Seguro que vendrá, me dio su palabra y jamás me mentiría. Sé que ya desapareció una vez casi sin dar explicación alguna pero tendría sus razones, buenas y lógicas razones. Pero es que son ya las seis de la tarde y habíamos quedado a las cinco y media, y además yo vine quince minutos antes por lo nerviosa que estaba. Yo no sé esperar a nadie, me desespera esperar y él lo sabe muy bien. Quizá solo está jugando conmigo, quizá es una prueba para ver si estoy realmente interesada, ¿estará aquí desde hace un rato y no me habré dado cuenta?

Me echo hacia delante en la acera y comienzo a buscar a mi alrededor, en los coches aparcados, las terrazas de los bares, los bancos, los árboles... pero no hay ni rastro, no está por ninguna parte. Me está tomando el pelo, seguro que ni pensaba venir, me siento tonta, tontísima. Me tiene dominada y a pesar de todo lo que pasó sigo siendo suya, tiene un control sobre mi que no puedo entender.

"¡Maldito imbécil!" - grito al aire mientras doy una patada. Maldigo con el puño en alto, cara de enfado y mirando al cielo. Hincho mis mofletes, cierro mis puños al lado de mi cintura con los brazos extendidos y mientras giro la cabeza de un lado a otro pienso lo muchísimo que le odio por hacerme esto.

La gente que pasa por delante de mi me mira con cara extrañada, pero me da igual, todo me da exactamente igual. Como le vea... como le vea hoy muere. ¡Le odio! Y cuánto le odio...la rabia me corroe por dentro, me queda poco a poco. Y de repente oigo una voz, una voz familiar que anhelaba, que mis oídos deseaban escuchar.

"Sigues estando tan tonta y loca como siempre" -dice la voz de mis sueños, entre risas, a unos cuantos pasos de mi. Abro totalmente los ojos, sorprendida de volver a escuchar esa voz y totalmente descolocada me voy girando lentamente.

0 Opinion(es):

Publicar un comentario